2. A la
carrera
-
¡Al coche! – Exclamó Juanky.
-
¡Vámonos de aquí! – Gritó Óscar al ver como la agente
herida se ensañaba también con su compañero.
Cundió
el pánico y la gente del paseo echó a correr. Como si de una bola de nieve se
tratara, cada vez más gente corría por las calles aledañas y se perdía hacía en
interior de la ciudad. ¡Un incendio!, ¡un atentado!, ¡un brote de locura!…
Nadie sabía lo que ocurría, pero el miedo prendió como la pólvora.
La ola
de pánico se propagaba en tres fases. Primero incredulidad al ver toparse con lo
inesperado. Después miedo, al ver los rostros de terror de la gente que escapa
del tumulto y, finalmente, pánico al ser testigos de cómo unos seres humanos
daban caza a otros.
El
helicóptero seguía volando bajo por la zona. Todo era ruido, olor a quemado y
sirenas, ya fueran de policía, de ambulancias o de bomberos. Por los megáfonos,
la policía empezó a pedir a la gente que desalojara la zona.
Los cinco
amigos corrían por el paseo y lo hacían aprisa. De vez en cuando, giraban sus
cabezas para ver qué pasaba a sus espaldas o gritaban a la gente que se les
quedaba mirando que se fueran. De cualquier modo, el miedo corría más que
ellos.
El
coche aún quedaba lejos, así que bajaron el ritmo para tomar resuello y acabaron
parando un momento al comprobar que no había peligro inminente.
-
Dios… - Se lamentaba Uve mientras recobraba el
aliento.
-
Hay que avisar … a todos – dijo Óscar entrecortadamente
mientras sacaba el móvil y escribía “no vengáis” en el grupo.
Enviaron
un par de audios y llamaron por teléfono para explicar lo que pasaba. “Anabel,
no tienes ni idea de lo que está pasando, es una locura esto…”; “Estamos bien
Sandra, daos la vuelta y NO vengáis, luego te …”
¡PUM!
¡CRASH! En el cruce que había a unos metros de donde se habían parado acaba de
estamparse un todoterreno contra un camión que se había saltado el semáforo.
-
Madre mía… - Dijo Llovet llevándose las manos a
la cabeza. - ¡Vámonos ya!
Cruzaron
con cuidado de no ser atropellados y retomaron la marcha. Abandonaron el paseo
doblando a la izquierda y luego a la derecha para ir a dar a una de las avenidas
de la zona del puerto y siguieron alejándose del incendio. A esas horas circulaban
bastantes vehículos y el tráfico era más caótico de lo habitual ya que mucha
gente cruzaba por todos lados. Los conductores se iban poniendo nerviosos y
tocaban el claxon, pero no sabían que el atasco era el menor de sus problemas.
-
¿Por dónde saldremos? – Preguntó Uve mientras
corría al lado de Juanky.
-
Por donde podamos – contestó.
Durante
la carrera sonaron o vibraron sus teléfonos en los bolsillos, pero ninguno se
paró a contestar la llamada. Un par de minutos después llegaron al coche de
Juanky, un Ford Focus negro, algo viejo, pero en buen estado. Entraron y
cerraron con fuerza. Conducía el dueño, Óscar iba de copiloto y los otros tres
iban detrás.
-
Arranca coño – Dijo Paco mirando por el
cristal.
-
Ya voy joder – Contestó Juanky recuperando el
aliento mientras metía la marcha atrás y se ponía el cinturón.
-
¿Qué cojones está pasando? – Se preguntaba
Llovet hundiendo la cara entre las manos.
No podían pensar en
explicación alguna que no sonara ridícula o de película.
-
Vosotros llamad a estos y ya nos enteraremos en
casa, yo miro Google … a ver si nos saca de aquí – sugirió Óscar mientras
tocaba la pantalla del teléfono.
Juanky
pisó el pedal y el coche comenzó a rodar. Dentro seguían asustados y sin dar
crédito a lo que estaba pasando, pero al menos estar dentro del coche les daba
un poco de seguridad.
-
Cuando pueda volveré a por mi coche… - susurró
Paco como pensando en voz alta.
Circularon
unos metros, semáforo, derecha, recto y poco después dejaron de avanzar.
Alguien golpeó el coche dándoles un susto de muerte, pero la figura siguió su
camino sin más percances.
-
No se mueven – protestó Llovet.
-
Ya lo sé joder.
Estaban
atascados. Proseguir la marcha era imposible y otros coches se habían puesto detrás,
impidiéndoles retroceder. La sensación de estar atrapados volvió a incrementar la
angustia.
-
Esto es una mierda, está todo bloqueado … – sentenció
Óscar guardando el teléfono en el bolsillo - Ve por la acera – sugirió de
repente.
-
No hay sitio macho… - dijo Juanky cada vez más
nervioso.
Es ese
momento el conductor del coche que había delante se bajó para tratar de ver por
qué no se movían. Era un taxista que rondaría los cincuenta años, gordo y con gafas.
Estiraba el cuello para ver a lo lejos cuando una figura que salió de la nada
se le abalanzó encima desatando gritos dentro y fuera del coche.
-
¡Sácanos de aquí! – gritó alguien en el asiento
de atrás.
Juanky aceleró hacia el bordillo y lo subió a la primera. La sacudida del
coche fue enérgica, pero el vehículo siguió avanzando arrollando las mesas
vacías de un bar y recorrió el pavimento procurando no chocar contra nada
sólido.
Recorrió
así unos metros, mientras sus ocupantes habían perdido de vista al taxista y su
agresor. Bajó finalmente de la acera con otra fuerte sacudida acompañada de un
crujido metálico y aceleró para aprovechar el hueco entre unos coches. Por fin
avanzaban. En el interior los ocupantes discutían sobre qué eran esas cosas y sobre el mejor recorrido
para volver a casa. Fue en ese momento cuando recibieron un impacto lateral que hizo saltar todos los
airbags.